Ejercicio

Una concepción interesante sobre la conducta humana es la proveniente de la Genética. La siguiente cita, extraída de una famosa obra divulgativa de R. Dawkins (El gen egoísta), proporciona una idea de su sugerente punto de vista. ¿Qué consecuencias entraña para la utilización de un “modelo de ser humano”? ¿Puede, desde este punto de vista, tener sentido creer en una dualidad de órdenes morales, correspondientes a un “micro-mundo” semi-familiar regido por el altruismo y a un “orden extendido”, en donde prevalece el egoísmo[1]?
Somos máquinas de supervivencia, vehículos autómatas programados a ciegas con el fin de preservar las egoístas moléculas conocidas con el nombre de genes. […] Nosotros, al igual que todos los demás animales, somos máquinas creadas por nuestros genes. De la misma manera que los prósperos gángsters de Chicago, nuestros genes han sobrevivido, en algunos casos durante millones de años, en un mundo altamente competitivo. Esto nos autoriza a suponer ciertas cualidades en nuestros genes. Argumentaré que una cualidad predominante que podemos esperar que se encuentre en un gen próspero será el egoísmo despiadado. Esta cualidad egoísta del gen dará, normalmente, origen al egoísmo en el comportamiento humano. Sin embargo, como podremos apreciar, hay circunstancias especiales en las cuales los genes pueden alcanzar mejor sus objetivos egoístas fomentando una forma limitada de altruismo entre animales individuales (Dawkins, 1986, pp. xi y 3).


[1]  Como defiende Hayek (1988).

Análisis

Las ciencias sociales no pueden ignorar las bases biológicas de nuestra conducta que nos proporciona la genética, pese a que “dentro del campo de las ciencias sociales se han realizado grandes esfuerzos para interpretar el mundo social y psicológico desde una perspectiva predarwiniana y premendeliana” (Trivers, 1986, p. VII). Estas bases implican que el egoísmo hay que buscarlo no en los seres humanos sino en los genes. Los humanos somos sólo instrumentos o “máquinas de supervivencia” que los genes utilizan para sobrevivir. Y lo consiguen: su vida es más larga, no sólo que la de un individuo, si no que la de una especie. Resulta sorprendente que compartamos la mayoría de nuestros genes con otras especies. En este sentido, cabría pensar en la ética abriendo la “caja negra” del sujeto: De modo similar a como la teoría contractual intenta abrir la caja negra de la empresa, la genética aspira a abrir la caja negra del individuo, aportando sólo la esperanza que supone la transición de genes a ideas. Por el contrario, los sistemas morales de corte normativo, que siguen tratando al ser humano como caja negra, tal vez son útiles para programar en él unos valores sociales.



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