El sueño de Yolanda

The Objective, 29 de octubre de 2023

Reducir la jornada laboral por ley suena bien en TV. Pero es un cuento de la lechera. Suena bien porque no todos los trabajos son, ni pueden hacerse, agradables, por lo que la mayoría prefiere el ocio al trabajo. Pero imponer la reducción laboral sin mejorar la productividad sólo cambia quién recibe el dinero, de empleadores a empleados. Pero sólo hasta que el ajuste posterior lleve a cobrar sueldos más bajos, un efecto que podría llegar al 6,25 %. En realidad, más que un cuento de la lechera es un cuento a costa de la lechera.

El gran problema de nuestro país es, precisamente, que somos poco productivos. Por eso cobramos poco. Redistribuir esa miseria es la peor manera de agravarla, como está logrando el populismo imperante estos últimos años. El Gobierno nos da tantos dulces populistas que la economía y la sociedad están cada día más enfermas.

Quienes defienden reducir la jornada de trabajo suelen usar dos argumentos. El primero es culpar a los empresarios de explotadores. Es poco creíble, y lo saben, porque ninguno de estos acusadores ha abierto nunca una de esas empresas que dicen ser tan rentables. Es más, la mayoría de ellos ni siquiera ha tenido un empleo fuera del tinglado político y sindical.

El segundo argumento tiene más enjundia. En ciertas condiciones, podemos ser más productivos si trabajamos menos horas. Pero sólo quienes conocen esas condiciones están en situación de decidir si les conviene trabajar más o menos horas, cuándo y en qué situaciones.

Por el contrario, aplicar hoy estándares generales en esta materia y más allá de los límites europeos es insensato porque las situaciones son muy variadas. No es una cuestión sobre la que los políticos tengan conocimiento alguno. Ni siquiera aunque hubieran recabado la aprobación de las organizaciones patronales, tan dadas ellas a favorecer a las grandes empresas y a sus empleados. Menos aun cuando, como es el caso, el Gobierno ni se molesta en conseguir dicha aprobación. Es lógico, porque sólo busca edulcorar con camelos falsamente progresistas una amnistía lesiva para los intereses nacionales.

Aumentar la productividad trabajando menos tiempo sólo es posible si somos más metódicos y ordenados, o si estamos bien formados. Ser más productivos exige más esfuerzo de otro tipo; o bien una mayor inversión previa, ya sea ésta en capital físico o en formación.

Para la inversión formativa, ayudaría mucho tener un buen sistema de enseñanza, en vez de la enseñanza sectaria y lúdica que algunos padres desean y que nuestra izquierda nos suministra, y que acaban de consagrar PSOE y Sumar en su flamante Pacto de gobierno. En él, vuelven a olvidarse de la excelencia educativa pero se esfuerzan en corregir los menús, imponer su fe laicista y climatizar las escuelas.

Por desgracia, es un error creer que los trabajadores estén bien formados cuando sólo están muy titulados. De hecho, la formación media de nuestros graduados universitarios es, según las pruebas PIACC de la OCDE, inferior a la de los bachilleres holandeses. Si sucede así con los universitarios, imaginen la deplorable formación de aquellos jóvenes que ni siquiera obtienen el bachiller. ¿Quién querrá contratarlos si les suben el salario mínimo y les obligan a trabajar menos horas?

El panorama es aún más deprimente porque, según esas pruebas de la OCDE, las competencias de nuestros adultos no sólo son bajas, sino que permanecen estancadas. Y ello a pesar de que, desde la LOGSE de 1990, hemos aumentado mucho el gasto en enseñanza y el número de profesores, reduciendo así el tamaño medio de las clases. Gastamos más para educar menos.

En cuanto a la inversión en capital físico, también convendría entender de una vez por todas que, dada nuestra elevada tasa de desempleo, la capitalización física ya es probablemente excesiva, de modo que convendría sentar las bases para sustituir capital físico por trabajo.

El motivo de esta excesiva capitalización es que todo empresario contrata el menor número posible de trabajadores. Debido a los elevados impuestos y cargas, unidos al reglamentismo que pesa sobre el trabajo asalariado, nuestras empresas prefieren sustituirlo por máquinas y autoservicio. La regulación laboral, que pretende proteger al empleado, en realidad sólo provoca su desempleo.

No es casualidad que se haya robotizado aquí todo tipo de actividad antes que en países más ricos, desde el suministro de gasolina a los cajeros automáticos o el pedido de comida rápida. Y, por cierto, las Administraciones Públicas, lideradas en esa tarea por la Agencia Tributaria, también procuran sustituir trabajo por capital y autoservicio.

En resumen, por favor, dejen de hacer daño a los más humildes con la indecente excusa de ayudarlos.