Separatismos Divergentes

Arruñada, Benito, y Albert Satorra (2018), “Separatismos divergentes”, El País, 16 de mayo, p. 14

El desenlace del procés ha reabierto la fractura histórica del separatismo. Los desacuerdos entre sus líderes no son nada comparados con la brecha creciente entre sus votantes.

Según el barómetro del CEO, un organismo de la Generalitat de Cataluña, entre julio de 2017 y abril de 2018 se detecta un vuelco en las preferencias por la independencia de quienes tienen intención de votar a partidos que se proclaman separatistas.

Por un lado, el apoyo entre los simpatizantes de ERC a la independencia ha caído del 95,2 al 86,1%. Simultáneamente, el apoyo a la independencia entre los antiguos “convergentes” ha subido desde el 83,5% que mostraba en julio de 2017 su intención de votar al PDeCAT al 95.9% que ahora se inclina por JxCat, la plataforma del Sr. Puigdemont.

Sumando lo que baja el independentismo en ERC (9,1%) y lo que sube en la antigua Convergencia (12,4%), entre estos dos grupos de catalanes se observa un vuelco de 21,5 puntos en la cuestión que el separatismo ha erigido en la clave de la política catalana.

Este dato debemos tomarlo con cautela, dadas sus limitaciones demoscópicas; pero coincide con el debate interno del independentismo y, algo más importante, concuerda con la conducta de sus líderes.

¿A qué se debe el cambio? La hipótesis más atendible es que los intereses de los miembros de ambos grupos eran y son distintos. Además, el desenlace del procés ha venido a informar a muchos de ellos acerca de dónde reside su verdadero interés.

El votante de ERC empieza a darse cuenta de que tiene más que perder y menos que ganar. Es sabido, por un lado, que es más pobre y está más sujeto a los avatares del mercado. Por ejemplo, pesan más en sus filas los jubilados, autónomos y los trabajadores con contrato temporal. Lógico que los barrios ricos de Barcelona voten mucho más a JxCat que a ERC, todo lo contrario que los barrios pobres: por cada voto de ERC, se registran 3,5 votos por JxCat en Pedralbes, frente a tan solo medio voto en Ciudad Meridiana.

Como consecuencia, la clientela de ERC es más sensible al aumento de riesgo. Quien, por su menor educación, está atado al ámbito local y, no digamos, si tiene dificultades para “llegar a fin de mes”, se vuelve antes conservador. Mucho antes, desde luego, que el cosmopolita que trabaja donde quiere y ni sabe lo que es pasar apuros económicos.

Pero, además, el votante de ERC tiene mucho menos que ganar. Tras las profesiones de unidad se oculta la versión siglo XXI de la eterna pelea de la Cataluña “profunda” entre los izquierdistas humildes de la cooperativa y los señoritos del casino, muchos de los cuales rindieron honores a Pujol con la misma pleitesía que habían exhibido como alcaldes de Franco.

Para actualizar esa vieja sociología catalana, cambien el casino por las urbanizaciones de lujo que el 21-D votaron masivamente al Sr. Puigdemont. Cambien también la cooperativa por el empleo del votante medio de ERC. Añadan, entonces, sobre todo, su paso por una escuela que limita de forma drástica sus salidas profesionales, ya que no puede aprender castellano. Carencia esta que le condena a trabajar en el mercado local, a menudo al servicio del nuevo señorito, quien —no se lo pierdan— se educa en aulas multilingües que nunca han aplicado la inmersión lingüística y le enseñan buen castellano.

Actualizar esta vieja sociología catalana también requiere entender qué ha ocurrido con el autogobierno y el procés.

Conjeturamos que desde los años 1980, los de ERC han disfrutado poco más que el espejismo psicológico del autogobierno. La inmersión y el sectarismo de TV3 quizá les ha permitido sentirse superiores a los “nuevos catalanes”. Pero, en cuanto a las rentas materiales del autogobierno, las apropiadas por la gente de ERC han sido menores.

Poca cosa comparada con las rentas de quienes, al socaire de la Generalitat, crearon a su medida y aún controlan sendos entramados seudoempresariales y seudopúblicos.

El procés ha sido otra maniobra de estos señoritos postmodernos para retener el poder. Ante la crisis económica y la consiguiente irritación social por su corrupción, encabezan el separatismo, dotándole del cerebro y las maneras de las que carecía. Para ello, han contado con la interesada ayuda de aquellos intelectuales siempre dispuestos a reciclarse para racionalizar todo tipo de fantasías.

La maniobra no les ha salido mal. Gracias a su control de los recortes, los han centrado en la sanidad y la educación públicas, servicios que la élite no utiliza y cuyo deterioro convirtió a mucho usuario en tropa de choque del procés. En cambio, apenas han recortado el aparato rentista ni las canonjías y prebendas de la alta “clerecía” nacionalista. Tras diez años de crisis y todo un artículo 155, TV3 emplea cerca de 3.000 personas a sueldos que a menudo duplican los de la competencia. Sin olvidar que, en plena crisis, nuestros mejores governs dilapidaron sendas fortunas en dos disparates tan colosales como Spanair y ATLL.

Por ello, hacen bien los líderes de ERC en moderar sus medios y sus fines. La ponencia política que debatirá su próxima conferencia desde el 30 de junio propone rechazar la vía unilateral y afirma que el independentismo “no es suficientemente poderoso” para lograr la república catalana. Empiezan a entender que, para conseguirla, son sus bases quienes han puesto, ponen y pondrían la mayor parte del sacrificio. Mientras tanto, con poder o sin poder, siempre son los otros quienes se llevan el beneficio.

Por eso mismo, también mantienen e incluso elevan su apuesta los señoritos y clérigos que hoy apoyan a JxCat. No solo juegan con red. En realidad, no quieren la independencia, que (a diferencia de muchos de los de ERC) ellos sí saben imposible y ruinosa. En lo que confían es en que se requieran sus servicios para gobernar y oficiar terceras vías que, con la aquiescencia de los demás señoritos y canónigos españoles, les permitan seguir explotando a los currantes locales, incluidos los independentistas.

Benito Arruñada y Albert Satorra son catedráticos de Organización de Empresas y Estadística, respectivamente, de la Universidad Pompeu Fabra.