Las crisis españolas

Benito Arruñada: "En España no hay una crisis, sino tres: la económica, la institucional y la de valores", Entrevista al diario La Nueva España, Francisco L. Jiménez (21 de julio de 2009, p. 24).

“En España no hay una crisis, sino tres: la económica, la institucional y la de valores. Sólo veo motivos para el optimismo en la calidad del individuo, en la existencia de personas competitivas, con espíritu ganador y sin miras provincianas, como Nadal, Gasol o Alonso”.

La Granda (Gozón). La deformación profesional del economista Benito Arruñada queda reflejada en la peculiar forma de narrar el robo de un paraguas del que fue víctima recientemente en Oviedo, un hecho que ayer definió en los cursos de verano de La Granda, de los que fue ponente, como «ineficiente», un término habitual de la jerga económica. Pero ¿cómo puede ser un robo ineficiente?, se le preguntó: «Porque se trataba de un paraguas de viaje plegable que al estar incompleto (el caco no se llevó la funda) no tendrá utilidad para el ladrón», fue su respuesta. La anécdota dio pie a reflexiones de más enjundia, como las que siguen.

-¿Por qué si nos roban un paraguas o la cartera pillamos un enfado monumental y cuando son los gobernantes de turno los que malgastan, despilfarran o incluso roban nuestros dineros -recaudados vía impuestos- apenas le damos importancia o incluso lo disculpamos?

-Buena pregunta, ¿tiene respuesta para ella?

-Bien, por una parte sospecho que tiene que ver con la falta de conciencia sobre el uso que se hace de nuestros impuestos, incluso la existencia de una percepción generalizada y perversa de que no los pagamos; esto es una consecuencia de la gran opacidad en todo lo que tiene que ver con los hechos tributarios. En España, a diferencia de países como Estados Unidos, los impuestos, lejos de hacerlos evidentes, se tratan de camuflar: ocurre con el IVA, que va repercutido en el precio sin apenas diferenciación expresa; con los carburantes -¿cuántas personas saben que el 48 por ciento del precio de la gasolina es gravamen fiscal?-, o con el impuesto de la renta, hábilmente manipulado por la Administración para que, aplicando unas mayores retenciones a cuenta, a la inmensa mayoría de los contribuyentes le salga una liquidación negativa (a devolver). De este modo, la gente se hace a la idea de que Hacienda le devuelve ciento y pico euros, pero en muchos casos se ignora que, realmente, lo que ocurre es que pagamos a lo largo del año varios cientos más. Otra razón que, a mi juicio, explica el trato magnánimo que damos a nuestros políticos es la enraizada culturalidad católica de España.

-Explíquese, por favor.

-A diferencia de Estados Unidos, con una base cultural de corte calvinista, o los países de influencia protestante, en España, por nuestras fuertes raíces católicas, tendemos a ser más tolerantes con el fraude, generamos corrientes de comprensión y perdonamos a quien lo hace mal o delinque, pienso en casos de gran eco mediático como Farruquito o el muy reciente de la enfermera de Rayan, y existe un rechazo frontal a la competencia porque ser competitivos implica una mayor carga de responsabilidad. Yo no creo que haya una crisis, sino tres: está la económica, indudablemente, pero esa quizá no sea la peor; peor pinta tienen la crisis institucional y la de valores. Tres crisis en una, como una matrioska rusa.

-Según las encuestas sociológicas, la crisis económica preocupa a los españoles, pero en menor medida que a los vecinos de nuestro entorno… ¿Acaso por inconsciencia?

-Efectivamente, hacemos como el avestruz, que mete la cabeza bajo tierra cuando se siente en peligro. ¿Por qué? Pues porque el Estado funciona como anestesista y tiene bien engrasada la maquinaria propagandística -para más inri financiada con nuestros impuestos-, porque existe un modelo de familia protectora y por aquello de que ojos que no ven…

-Pero crisis hay, ¿no?

-España estaba en crisis mucho antes de 2008. Los problemas son viejos y amenazan con perdurar muchas décadas más. Por eso se está agrandando la brecha que nos separa, en términos de convergencia, de los países europeos más desarrollados. Esto es la consecuencia de que estos últimos años España ha hecho el golfo, basando la ilusión de la convergencia con Europa en la venta de empresas públicas en una coyuntura alcista, la recepción de ayudas comunitarias y un endeudamiento desmesurado. Para convergencia verdadera, la que logró Irlanda; España tiende a parecerse cada vez más a Portugal. A este paso, la «argentinización» de nuestra economía no será un fenómeno descartable. Allí también creían que estaban nadando en la abundancia y es conocido por todos cómo acabaron.

-¿Qué se debería hacer?

-Para empezar, recortar el gasto público o al menos contenerlo, más cuando en España se engorda la deuda pública para incurrir en gastos torpes o, algo que nos gusta mucho, decorativos. Por no hablar de la deuda periférica: universidades, autonomías, ayuntamientos… Estos últimos se han especializado en crear chiringuitos de empresas públicas que, todas juntas, constituyen un nuevo y ampliado INI. Hay que abordar la reestructuración de los mercados: el de trabajo, que aún se regula por una normativa franquista que disuade al empresario a la hora de contratar y penaliza a los sectores más débiles (mujeres, jóvenes e inmigrantes); el de los arrendamientos, un sector subdesarrollado en un país que tiene decenas de miles de viviendas vacías, y el de los servicios, en su caso promoviendo una liberalización de la competencia en actividades que podrían ser un importantísimo motor de empleo.

-Por ejemplo…

-Dos a bote pronto. ¿Acaso no es ineficiente tener cerrados los hipermercados y centros comerciales el día de la semana que más llenos estarían? Libertad de horarios comerciales, por tanto. O el caso de las gasolineras, ya que tienen un generoso margen comercial del 13 por ciento, lo menos que se puede exigir es que abran veinticuatro horas, que tengan personal para hacer los repostajes y que los aseos estén presentables.

-¿Más sugerencias?

-La nacionalización de las cajas de ahorro para conseguir que sirvan al interés general y no al de una minoría o meterle mano a la excesiva burocracia en vez de alentarla con políticas que multiplican el tamaño de los servicios públicos.

-Y las medidas anticrisis del Gobierno, ¿qué le parecen?

-Tan malo es eludir lo que se debiera hacer como hacer lo que no debiéramos. Las tres premisas de la acción del Gobierno son incrementar el gasto público, dar apariencia de modernidad -algo que nos encanta- y no pisar los callos a nadie. Y, claro, así no se va a ningún lado. También se abordan inversiones tangibles tan cuestionables como las nuevas terminales de los aeropuertos de Madrid y Barcelona o una red ferroviaria de Alta Velocidad que, como se dice en Asturias, peca de «grandona». Pero aún se pueden hacer peor las cosas: ahí está el «Plan E»; me imagino que luego vendrán los planes F, G, H y así sucesivamente.

-¿Algún motivo para el optimismo?

-La Bolsa va bien, y eso parece indicar que está descontando la expectativa de próximas reformas ineludibles. Y, sobre todo, la calidad del individuo. España, con el caldo de cultivo más inadecuado para ello por todo lo antes expuesto, da al mundo gente como Rafa Nadal, Pau Gasol, Fernando Alonso… Fuera de nuestras fronteras se frotan los ojos incrédulos y se preguntan cómo puede ser esto posible. Pues aprendamos de ellos y de lo que tienen en común: son competitivos, tienen carácter y espíritu ganador, no han tenido barreras de entrada a su sector excepto las propias de la competencia, «trabajan» en un régimen de igualdad de oportunidades sometidos a reglas estables y, lejos de andarse con provincianismos, tienen miras universales.

Más información: Conferencia de La Granda, 20 de julio, 2009.

Comments

Por: Benito Arruñada

julio 22, 2009 , 15:03

El margen de los carburantes

En realidad, el margen medio de la distribución de carburantes no es del 13%, como se afirma en la entrevista, sino (tomando como referencia la gasolina de 95 octanos, promedio del año 2008) del 12,26% sobre el precio total de venta al público, lo que equivale al 31,47% sobre el precio de coste del carburante, según un informe de supervisión de la Comisión Nacional de la Energía.

Por: Benito Arruñada

julio 22, 2009 , 12:01

Explotación y empleo a largo plazo

Correo recibido el 21 de julio de 2009:

“he leído una noticia sobre unas declaraciones tuyas de importar el modelo laboral japones, fijar empleo gracias a un despido fácil y unas ridículas vacaciones..tu nunca debiste estar currando en una fábrica? que facil es hablar, me gustaría que te vieses allí y luego despues de estar siete días sin descansar,volvieses a repetir esas palabras delante de los compañeros, con la funda llena de mierda…más trabajo y menos derechos..

(joven en prácticas sin ver un puto duro..)”

Las relaciones laborales japonesas son a menudo objeto de juicios apresurados e información engañosa, de la cual la noticia a la que se refiere el correo es un buen ejemplo. Para entendernos, esas relaciones se parecen a las que ha seguido durante años «El Corte Inglés» respecto a sus empleados permanentes: compromiso del trabajador a cambio de un trato paternalista por parte de la empresa, junto con una retribución muy creciente con los ascensos y el rendimiento. Todo ello es compatible con poderosos sindicatos de empresa , que supervisan estrechamente las decisiones de ascenso y, por tanto, de retribución.

Expuse mi opinión sobre el asunto hace años («Pintando la caja negra«), y creo que m¡ conclusión de entonces sobre lo que esas relaciones laborales nos enseñaban respecto al problema español sigue siendo válida: Los empleos a largo plazo que favorecen la inversión en capital humano son viables dentro de un régimen libre, de contratos relacionales, como el de Japón. Por el contrario, son inviables en un régimen de empleo permanente por decreto, como el español. Simplemente, dos no contratan si uno no quiere. Y cuando la permanencia es obligatoria, se contrata menos trabajo y se selecciona más a quién se contrata, lo que acaba condenando a los menos favorecidos al paro; o a trabajar con contratos temporales que, al no ser prorrogables, les impiden aprender.

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