La Cataluña catatónica

The Objective, 11 de junio de 2023

Hace unos días tuvo lugar en Barcelona la trigésima octava Reunión anual del Círculo de Economía, el Cercle, una entidad creada en 1958 por prohombres catalanes, apadrinados intelectualmente por el gran Jaume Vicens Vives. Faro intelectual durante décadas, sigue siendo un punto focal de las élites de Cataluña, motivo de que sus posiciones merezcan atención para tomar el pulso a la sociedad catalana.

La Reunión puso “el acento en la construcción de una sociedad más unida para abordar unos desafíos que son comunes y globales” y “explorar soluciones que pasen por la justicia social, la colaboración europea y la innovación”.

La Nota de Opinión publicada antes de la Reunión reincidía en estos temas. Pese a sus pretensiones de position statement, contiene mucho statement pero poca position, quizá en busca de un mínimo común denominador que multiplica las creencias pero esteriliza las ideas.

Su arranque es prometedor, cuando afirma que “hay problemas antiguos que dificultan que se consolide un modelo de convivencia”; pero lo que impide esa consolidación es algo tan inconcreto como no saber “combinar el progreso con la distribución equilibrada” y no “incorpora[r] la respuesta a la crisis climática como una variable fundamental de la acción política”.

A continuación, se anima al Círculo a resolver los problemas de Barcelona, Cataluña, España y Europa.

Sobre Barcelona, señala la gran transformación que suponen las “superislas” y los “ejes verdes” cuyos “objetivos son compartidos” aunque la iniciativa no se haya consensuado. Quizá echa de menos el pactisme de Vicens, la antigua cobertura intelectual del catalanismo. Pero, en realidad, es lógico que, al igual que el Plan Cerdà, esta iniciativa se adopte sin consenso. Al fin y al cabo, éste produce monstruos, no ensanches.

Sobre Cataluña, su diagnóstico es meridiano: se deterioran los servicios públicos, siendo los “casos más flagrantes” la asistencia sanitaria primaria y las cercanías ferroviarias que gestiona RENFE, debido a una escasez de recursos derivada del “déficit acumulado de inversiones y de infraestructuras” cuyo remedio es “la mejora del sistema de financiación de la Generalitat y el aumento sustancial de la inversión efectiva de la administración central en Cataluña”.

Puestos a responsabilizar administraciones, si bien la operativa (que no la titularidad) de Cercanías sí está en manos de RENFE, la asistencia sanitaria pública es competencia de la Generalitat desde julio de 1981. Cansa, por lo demás, que se repita esa falacia del maltrato de una región que, en cuanto a financiación, está en el promedio que le corresponde por sus características demográficas y económicas y que sigue aumentando, vía Fondo de Liquidez Autonómico, su deuda con el resto de España (el 38 % del total a 31-12-2021). Y sucede algo parecido en cuanto a infraestructuras públicas, pues el capital neto no residencial de los servicios públicos de Cataluña no desmerece de los niveles medios nacionales y es, en valor absoluto, superior, por ejemplo, en un 36 % al de Madrid.

La Nota sí hace responsable a la Generalitat de las carencias del sistema educativo, en el que cree que existe “un amplio margen para mejorar la gestión”. No sólo pide “competencia técnica…. [sino] sobre todo, liderazgo, porque la solución a los problemas mencionados requiere fundamentalmente coraje político”. Pero no está claro en qué se concreta esa competencia técnica ni para qué demanda tanto coraje político.

Convendría saber cómo propone el Círculo reformar la educación y, en especial, si aprueba que la Generalitat supedite la política educativa a la identitaria, con la consecuencia de una inmersión lingüística que divide a la sociedad y contribuye al espectacular fracaso relativo de los más humildes escolares catalanes. No es baladí que, según el último informe PIRLS sobre comprensión lectora, nuestros niños de nueve años vayan dos años por detrás de los de Singapur y uno de los de Asturias.

En cuanto al sector privado catalán, la Nota es optimista, por los muchos “proyectos que pueden tener un efecto catalítico sobre el conjunto de la economía…. basados en desarrollos tecnológicos sofisticados”. Claro que “precisan el apoyo de las administraciones para materializarse” y, por supuesto, con “liderazgo y coraje para priorizar algunos grandes proyectos”.

Resulta un tanto contradictorio que estos proyectos ya en desarrollo y con efectos tan catalizadores sobre la economía requieran aún del apoyo de las administraciones, se supone que financiado por alguna “economía”. Para no “quedar fuera de los grandes proyectos por falta de ambición y visión estratégica, como pasó con la fábrica de baterías que ha acabado instalándose en Sagunto”, lo que pide son subvenciones, y, además, mediante “nuevas formas de gestión, como por ejemplo agencias especializadas que asuman el papel que tradicionalmente han tenido consejerías y ministerios”.

Su gran proyecto estratégico es el futuro del aeropuerto de Barcelona, al que aspira a convertir en un centro de destinos intercontinentales “para conectar Barcelona con las zonas más dinámicas del planeta”. Para ello, exige no sólo inversiones sino “asegurar que una eventual ampliación de la capacidad vaya destinada en gran medida a aumentar las operaciones intercontinentales”. Coloca así un gran carro, pagado con fondos públicos, delante de unos imaginarios bueyes privados que ni están ni se les espera. Por lo demás, no se pregunta si esos bueyes siguen espantados por la pervivencia del procés; o si la Península debe contar con uno, dos o tres hubs de esa índole; ni quién y cómo debe decidir dónde ubicarlos.

Sobre España, la Nota se congratula por “la intensa agenda de reformas estructurales que el Gobierno ha desarrollado, destacan[do] la reforma laboral, la de las pensiones y la de la vivienda”.

Celebra que la reforma laboral haya reducido la contratación temporal, aunque se trate de una reducción ficticia; y que haya contado “con el consenso de los agentes sociales”, aunque sea éste un consenso mal llamado y peor apellidado. En realidad, fue sólo un pacto corporativista entre las grandes empresas y sus empleados.

En vivienda, la Nota defiende el alquiler social, tan contrario a nuestra tradición y tan mal adaptado a nuestros vicios políticos. Se echa aquí de menos algo de reflexión estratégica para comparar su consecuencias reales, en especial por la ghettificación que origina, frente a la estabilidad social que aporta la vivienda en propiedad.

La Nota usa la voz impersonal para referirse a la acción política, de modo que “el consenso que se ha conseguido ha sido exiguo”, lo que diluye responsabilidades y hurta el hecho fundamental de que el Gobierno ha violentado muchos de los contrapesos y cautelas de la separación de poderes. Es obvia esta confusión cuando, en el ámbito de las pensiones, en el que el Gobierno rompió unilateralmente el consenso previo, opina que “[l]a incapacidad de los principales partidos para lograr acuerdos… es una prueba de la falta de madurez de nuestro sistema político”.

Finalmente, sobre la Unión Europea, la Nota se congratula de que “el Brexit, la pandemia y hoy la guerra en Ucrania… han actuado como un tipo de federalizador para la UE”. Celebra también que “Los mecanismos conjuntos de gestión de crisis se revalorizaron con la creación del programa Next Generation EU, un ambicioso ejercicio de endeudamiento conjunto apalancado en el presupuesto de la Unión”.

Pero no debemos dar por buena la construcción de más Europa por el simple hecho de que ésta crezca, si, como cabe pensar, lo hace sobre bases tan débiles. A menos que se quiera que crezca en un sentido muy particular, como apunta la Nota al afirmar que “iniciativas recientes, como la Digital Services Act, la Digital Markets Act o la European Chips Act… son avances en la buena dirección”; pero “la UE no puede conformarse con ser solo un gran regulador”. No. Para el Círculo, la Unión Europea debe “reforzar las capacidades propias en los ámbitos centrales de la actividad económica del futuro” e “incentivar la reindustrialización, la I+D+I, la tecnología y la colaboración público-privada”. En el fondo, parece como si lo único que pide a la política es que reparta subvenciones y “ayudas”. Por esa vía, la duda es si retrocederíamos a los años de los planes de desarrollo o a los anteriores a la fundación del Círculo.

En todo caso, pesa mucho el que nuestros gobiernos ya carecen de recursos que repartir. Quizá por eso, en vez de criticar cómo los han derrochado, la Nota prefiere pedir a la Unión Europea que les dé aún más dinero para que puedan seguir repartiendo subvenciones, ya que “las grandes diferencias de margen fiscal dificultan que los estados miembros puedan operar en condiciones de igualdad en Europa. Esto supone un claro riesgo de fractura del mercado único y una creciente divergencia económica y fiscal entre los países de la UE”. Vean aquí cómo el mercado único, que fue en su día el gran dinamizador de la competencia, completa así su mutación en una excusa para el reparto de rentas. Y todo ello en un contexto en el que nuestro Gobierno se ha demostrado incapaz, ya no de usar bien los fondos Next Generation, sino incluso de gastarlos.

La Nota no por ello se arredra y demanda seis veces de los políticos “liderazgo y coraje”, dos actitudes que, como acabamos de comprobar, no abundan en la posición del propio Círculo. Sobre esta base, tal parece que la sociedad catalana sigue con el pulso bajo, anémica de ideas y hasta de liderazgo y coraje. Como ha sucedido en el pasado, quizá necesite una transfusión institucional.